MarceloBritos

A propósito de «El Pasajero» de Cormac MacCarthy

 

Bobby Western es un buzo profesional al que persiguen desde de alguna agencia del gobierno por algo de lo que no está seguro. También lo persigue la culpa por el suicidio de su hermana Alice, de la que estaba enamorado (quizá ese deseo incestuoso, en el pensamiento lacerante de Western, haya sido lo que desencadenó la decisión); por las muertes de la bomba atómica, porque su padre fue uno de los matemáticos que colaboró en la construcción; por la muerte de su amigo, por toda desgracia que roza su tribu, su círculo social, su pasado genealógico. Western es un neurótico atípico, parco, que a pesar de todo intenta sobrevivir saliendo hacia adelante (un contrasentido del culposo, que suele avanzar de espaldas), la mayor parte del tiempo escapando, lo que le da a Cormac MacCarthy la posibilidad de narrar en una zona familiar de su obra, los personajes que viajan a través de paisajes descriptos como parte constitutiva del viajante, como si alguien los pintara detrás del héroe en una especie de comic sin dibujos.

Pero la novela no es solamente eso. Hay un cambio en contraste con su Trilogía de la Frontera o con la consagrada Meridiano de Sangre. Diálogos extensos, lenguajes más llanos que buscan el verosímil en el argot, y pasando una página otros pasajes en donde todo es lenguaje, donde todo ES el lenguaje, el despliegue de una conciencia desbocada, un flujo de fragmentos e imágenes poderosas que por momentos recuerdan a ciertos instantes del Ulises.

En cursiva, como intersticios en el realismo, como si convivieran dos relatos que se entrelazan desde dos géneros, Alice habla con personajes imposibles, un joven que tiene aletas en lugar de manos y que conoce hasta el último detalle de su vida: un nonsense, un impulso irreal que late en la trama pero que está siempre, paradójicamente, en el borde de la realidad.

Después de dieciséis años de silencio, MacCarthy vuelve con dos novelas en un mismo volumen: El pasajero (aquí reseñada) y Stella Maris. Por momentos, esta nueva versión del autor, que ya había anticipado que se trataría de algo distinto a lo anterior, pareciera relegar las historias a una prosa hipnótica y fluida, a un permanente preguntar del mundo y de la condición humana, esta vez con personajes más urbanos que ponen en juego su existencia con ellos mismos y no con la naturaleza. No hay lobos, ni nieve, ni desiertos. Pero el tema de MacCarthy ha sido siempre ese, la disquisición de lo humano, su fragilidad y su maldad infinita y a veces inexplicable, ya sea en un mundo distópico, en la frontera, en el bosque profundo o en el fondo del mar.

Compartí este post:

Marcelo Britos

Marcelo Britos

Escritor Rosarino